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#ÉlNo #ÉlNunca #ÉlJamás

Actualizado: 25 feb 2019

Una reflexión de Juliana sobre la coyuntura brasilera (que nos tiene los pelos de punta)


En 2017 apareció en mi perfil de facebook un segmento del documental Abogados contra la Dictadura, de Silvio Tendler. En él, la abogada Eny Moreira cuenta lo que encontró cuando fue a rescatar el cuerpo de Aurora Maria Nascimento Furtado. Lo encontró con las uñas y los pezones arrancados, una fractura en la mandíbula y otra, expuesta, en el brazo; mordidas en todo el cuerpo y un ojo morado; el otro había escapado de la órbita, a causa de la presión del torniquete con que le rompieron el cráneo. Eny dice que estaba segura que los militares que hicieron eso con Aurora eran los mismos que la veían cubrir el cuerpo de flores para que los papás de Aurora no notaran las señales de la barbarie. Era el año 1972. La dictadura sólo se acabaría en 1985.


En el invierno de 2017, poco después de ver el documental, estaba caminando por uno de los barrios más ricos de São Paulo y me preguntaba cómo esas personas lograban mantener sus vidas mientras en su país le arrancaban los pezones a mujeres militantes. También me alegró saber que la dictadura había acabado. Pero, ¿había acabado?

Hoy, pasados trece días del primer turno de las elecciones presidenciales en Brasil, el candidato que ha construído su carrera política negando la existencia de la dictadura militar lleva la delantera. Su nombre es Jair Bolsonaro y es conocido por frases como “No te violo, porque no lo mereces” (a una Diputada después de un debate político); “Mujeres deben ganar menos que hombres porque quedan embarazadas”; o “Yo tengo 5 hijos. Fueron 4 hombres, en la quinta aflojé y salió una mujer”. Su vicepresidente, el General Mourão, dijo recientemente que “familias pobres, sin padre o abuelo, son fábricas de desajustados”.


En respuesta a su misoginia, homofobia, transfobia, racismo y autoritarismo, el 29 de septiembre, mujeres en todo Brasil organizaron la manifestación #EleNão, mostrando que el electorado femenino es fuerte y está organizado. La marcha fue gigantesca (aunque la policía militar no emitiera el conteo y los medios hicieran apenas menciones menores al día siguiente), linda y pacífica, había millares de camisetas lilas, color de la lucha feminista, muchos arcoíris, personas de todas las edades y géneros. Calcomanías en el pecho de diferentes candidatos políticos, e infinitos #EleNão, #EleNunca, #EleJamais. El mensaje era claro, cualquiera menos él. Brasil logró no darle la presidencia a ese individuo en el primer turno, pero el segundo peligra. El 28 de octubre el país tendrá que elegir entre él y Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (PT).


La contienda es difícil y el diálogo, la única arma que estamos dispuestos a usar, es casi imposible, pues se da a partir de premisas mentirosas. Bolsonaro ha construido su campaña a punta de noticias falsas, memes y videos de youtube sobre “la amenaza comunista” y “la homosexualización de los niños”. El candidato fascista se niega a ir a los debates presidenciales, porque por un lado, es incapaz de defender sus vagas propuestas de campaña, y por otro lado, usa su falta de participación como un elemento simbólico fuerte y subliminar en que fortalece su imagen de outsider.


La amenaza es real y el cambio, urgente. Brasil se está manifestando en la calle y en las redes (#elenão, #elenunca, #elejamais, #ditaduranuncamais). No tenemos pruebas de que con la victoria de Bolsonaro se instaure una dictadura como la que comenzó con el golpe de 64. Tristemente, tampoco tenemos garantías de lo contrario. Pero una persona, cuya brújula moral es el Coronel Ustra (el mayor torturador durante la dictadura, y a quién Bosolnaro dedicó su voto durante el impeachment de Dilma Rouseff, torturada también) no tiene las condiciones emocionales, morales e intelectuales necesarias para comandar un país. Especialmente no para nosotras.


Por: Juliana Ángel Osorno

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